Miguel Rodrigo, un granadino en la corte del fútbol sala japonés
El técnico cumple cuatro meses al frente de la selección nipona de fútbol sala
Han pasado cuatro meses desde que Miguel Rodrigo (Granada, 1970), se hiciera con las riendas de la selección japonesa de fútbol sala. En ese corto espacio de tiempo, el entrenador español, un nómada de los banquillos, ha logrado ilusionar a un país y a una federación que desea fomentar y asentar este deporte en las islas del sol naciente.
Japón, una potencia menor en el fútbol sala, convenció a Rodrigo con un proyecto que le ilusionó y con el que se ha comprometido por un año con opción a tres más.
De momento, no le han ido mal las cosas. El ex técnico del Caja Segovia ha dado en la tecla y comienza a cosechar resultados impensables hace no mucho tiempo. A los 20 días de comenzar su aventura jugó un torneo en China. Empató con Irán, selección campeona de Asia, ganó a Holanda e igualó con los locales.
Después, Italia, una de las potencias mundiales del fútbol sala, viajó a Japón para jugar dos amistosos. Los últimos resultados con la 'azzurra' no eran alentadores. Dos derrotas por 5-0 y 8-0 presagiaban nuevas goleadas. No fue así. Los nipones empataron el primer partido y perdieron 3-4 el segundo. El cambio estaba en marcha.
'El primer estirón táctico lo han aprendido muy bien y rápido. Ahora viene lo complicado: el desarrollo de la calidad individual de los jugadores. Aquí es regular. No se atreven en el uno contra uno, las finalizaciones son flojas... Son muy buenos en lo colectivo, pero en el otro aspecto hay que cambiar', aseguró Rodrigo.
El técnico ha irrumpido en las estructuras del combinado nacional como un elefante en una cacharrería. Lo ha cambiado casi todo. Su objetivo no es sólo hacer jugar bien al primer equipo. Tiene que impulsar el fútbol sala en Japón. Desde los colegios, hasta el primer equipo. Ya ha creado una categoría inferior, la sub 24, inexistente hasta su llegada.
Del anterior Mundial de Brasil, donde Japón no pasó de la primera fase, sólo quedan cuatro jugadores de dieciséis. Sesiones maratonianas de DVD y visitas por los pabellones de Japón han servido a Rodrigo para dar un giro a las convocatorias. Su maquinaria está funcionando, aunque tenga que lidiar con el carácter de los japoneses, siempre muy educados, serios y puntuales.
'Si programan algo, hay que olvidarse de cualquier cambio. No son capaces de improvisar sobre la marcha. El otro día, en un restaurante, por 35 segundos de retraso, a un cliente le quitaron la mesa y se la dieron a otro. Se fue dando las gracias. No hay atisbos de enfado. Cosas así se aplican luego al fútbol sala. Por ejemplo, no saben hacer faltas tácticas, no tienen maldad. Cuando las hacen se disculpan 40 veces. Son demasiado educados', afirma.
Esa seriedad se vio reflejada en el tercer torneo que jugó Japón en la era Rodrigo. Fue en Libia, país del campeón africano, que preparó una encerrona a la selección nipona. 'Llegaban tarde a los partidos, no teníamos salas de vídeo, no nos dejaban comer juntos, nos echaban picante en la comida, los árbitros eran malísimos. Así, que durante el segundo encuentro, contra Libia, cuando estaba empatado, decidí que nos íbamos'.
Sus jugadores no comprendieron la decisión, no querían irse del campo. Tuvo que explicarles lo que era el teatro y la dignidad. 'Lo entendieron y después me dieron las gracias porque decían que habían aprendido mucho de la experiencia'.
Pero es sólo un caso más en la historia de Rodrigo en los banquillos. En el Dinamo de Moscú, su segundo entrenador, un antiguo militar, quería echarle. 'Me dijo que en tres semanas había aprendido todo y que no me necesitaba. Me amenazó con que si salía de casa metería drogas en mi domicilio y llamaría a la policía. Estuve siete días sin pisar la calle. Luego volví a España'.
En el Petrarca Padova italiano, tuvo que ver en Sicilia un partido desde la grada. Allí fue golpeado sin descanso por un hombre que escondía una pistola debajo de una gabardina. Y todo por alzar la voz cuando un hincha local saltó al parqué para actuar de arquero y evitar un gol a portería vacía.
Por eso, el reto de Miguel Rodrigo con Japón no le intimida. Tiene que ponerse a la altura de Irán, campeona de Asia, 'una potencia que podría ser campeona del Mundo con un técnico español', y pasar una primera fase en un Mundial.
De momento, todo marcha para el técnico español, que en sólo cuatro meses ha iniciado una revolución como 'emperador' de la corte del fútbol sala japonés. Los resultados, de momento, no defraudan a nadie.
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