"Papá, mamá, quiero ir a la Ciudad Deportiva a ver al Granada Femenino"
Miles de jóvenes y mayores quedaron maravillados con ese grupo de jugadoras que espera seguir sintiendo un apoyo real cada fin de semana
“He leído que el martes juega el Granada Femenino un partido de Copa contra un equipo que dicen que es de Primera División, el Betis, en ‘Los Cármenes’. ¿Por qué no vamos?”. Con esta primera expresión, un niño de la provincia de Granada consiguió engancharse a ese fútbol femenino tan sacrificado, pero tan poco reconocido en relación a lo que merece por parte de clubes, medios de comunicación, empresas y afición. Las respuestas de sus padres, en primera instancia, no desentonaron de lo que venía siendo una horrible tradición: “¿Femenino? Si eso no interesa”.
Mucho tesón tuvo que poner aquel joven para lograr estar en el estadio donde cada dos fines de semana celebraba con sus padres los goles del Granada, el masculino. Ellos intentaron hacerle cambiar de opinión excusándose en “mañana hay cole”, “hace mucho frío” o “seguramente vaya a llover”. No hubo manera. Para hacerle callar y demostrar que los mayores siempre, o casi siempre, llevan la razón. “Total, se va a aburrir a los diez minutos y volveremos a casa” hablaban entre ellos.
Al ser abonados granadinistas, consiguieron invitaciones en las taquillas, a las que acudió el padre el día anterior. Quién iba a decirle que la persona encargada de canjear sus carnets sería la misma a la que, apenas 24 horas después, su hijo le pediría entusiasmado un autógrafo.
Bien abrigados, padre, madre e hijo se citaron en el cuarto partido oficial que el Granada Femenino iba a disputar en el ‘Nuevo Los Cármenes’. Desde su lugar de aparcamiento hasta las inmediaciones, los tres contemplaron asombrados lo que había en el horizonte. Una multitud de familias, como la suya, esperando ansiosas por acceder al recinto. Y cientos y cientos de niños y niñas a quienes los ojos les brillaban. No por el reflejo de los focos de luz que auguraban que era día de partido, sino por la emoción de un momento histórico todavía no normalizado.
Ya en sus butacas de tribuna, observaron el ambiente previo y la salida de los equipos al campo, con el himno del Granada de fondo. No pudieron evitar cantarlo al unísono, como si de un encuentro del plantel masculino se tratara. Sin darse cuenta, el padre y la madre también estaban comenzando a sentir un cosquilleo que a su hijo ya le invadía con cada cántico que se escuchaba desde ‘La Horizontal’.
Habían transcurrido ya más de diez minutos de partido y… sorpresa. Ni el padre ni la madre miraron el marcador para cronometrar el tiempo que tardaría el pequeño en aburrirse. El ritmo que emplearon las que vestían de rojiblanco horizontal, como el masculino, evitaba focalizar la atención en otra cosa. Es más, los tres celebraron el golazo de Lauri. Los tres saltaron con el tanto de Noe Salas. Los tres gritaron “uy” con el poste de Laura Pérez. Y los tres se abrazaron con ese pase a la red de Naima García que desató el delirio tanto en el campo como en la grada.
Llegó el pitido final y cuando los dos mayores quisieron darse cuenta, su hijo no estaba con ellos. Echando la vista a la zona más baja del sector, se percataron de que era uno de esos cientos de niños y niñas que ahora aclamaban la heroicidad del equipo. Resultaba difícil distinguir quién estaba más feliz. Si esos jóvenes que no paraban de gritar, o esas mujeres que se abalanzaban a ellos.
Anonadados por la fiesta que estaba sucediéndose, el grito de su hijo les hizo despertar de ese lapsus mental. “¡Papá, papá! ¡Corre, ven con el móvil, que quiero hacerme fotos con todas!”. “¡Mamá, mamá! ¿Trajiste la camiseta? ¡Me encantaría que me la firmen!”.
No hubo ninguna jugadora que no pasara por delante de la cámara del padre. También una que iba con acompañante inseparable incluida, la que llevaba el número cuatro. Sí, esa que un día antes le dio las entradas que, a la postre, harían disfrutar tantísimo a los tres.
“¡Mira, papá! ¡Están cantando con los aficionados! ¡Es la primera vez que veo algo así!”. En ese momento, el padre pensó en silencio que quizás eso era el fútbol femenino. No el que no interesaba. Sino el familiar. El que todavía mantiene viva la ilusión y la pasión. El que todavía no se ha dejado matar por el negocio y se guía por las emociones. Las de terminar un partido y abrazarse con sus padres, madres, parejas, amigos y amigas.
“¡Mira, mamá! ¡Pamela ha cogido una bufanda y Alba una bandera de los aficionados!”. La madre, que había dejado de pasar frío ante tanto calor emocional y a la que ya no le importaba la lluvia, guardaba con mimo la camiseta que su hijo le había entregado exultante de alegría después de que cada puño de cada futbolista plasmara su firma en ella. Mientras, él se despedía con la mano y decía adiós a las protagonistas de la noche conforme se iban adentrando en el túnel de vestuarios, mucho tiempo después del final del encuentro, cuando se aseguraron de que a cada niño y niña no le faltaba ni una sola foto y ni un solo autógrafo.
Justo al abandonar el estadio, padre y madre no pudieron esperar para transmitir sus impresiones al pequeño: “Menos mal que nos dijiste de venir. Tenemos que enterarnos de cuándo volverán a jugar otra vez”.
Al día siguiente coincidía que la Selección Española debutaba en el Mundial de Qatar, precisamente ese que tanto apoyo predica hacia las mujeres y los derechos humanos. Sin embargo, el niño no acudió al colegio con la camiseta roja. Sino con la rojiblanca. Y firmada al completo por las que a partir de ese 22 de noviembre son sus referentes futbolísticas.
“¡Qué enviada! ¡Yo también quiero una camiseta así! Es que nosotros solo hemos ido al fútbol masculino y nunca para nadie a hacerse fotos y firmar” decían estupefactos a su compañero, quien respondía simplemente que “es fútbol femenino, que me interesa mucho” e invitó a toda su clase a acompañarle en el siguiente partido del Granada, aunque el escenario fuese distinto. Ya no importaba si el nombre era ‘Nuevo Los Cármenes’ o Ciudad Deportiva.
No contentos con ello, varios amigos corrieron después de clase a su casa porque aún no habían visto las fotos que su amigo guardaría para siempre con eterno apego. “Mirad, esta es la número tres, Marta. Creo que es también entrenadora, ojalá algún día me entrene”. “¿Sabéis que la número siete fue la primera en marcar con el Granada Femenino en ‘Los Cármenes’?”. “Quedé boquiabierto con ella, la seis, parecía que llevaba un guante en el pie”. “La nueve era la capitana. No hablaba con acento granadino, pero fue quien más lo celebró”. “Estas son la cinco y la veinte. No jugaron, pero dicen que están luchando mucho”. “Cuando le pedí a la ocho fotografiarme con ella pensé que no querría, porque debía estar asfixiada de tanto correr. Pero, ¡mirad qué sonrisa!”.
Una a una, hizo un repaso a las instantáneas con sus nuevas ídolas. También se coló un hombre, de nombre Roger. Según escuchó el joven, era el capitán de ese grupo de personas que sacrifican sus vidas personales día a día por seguir practicando su pasión. Al parecer, por lo que comentaban a su alrededor el día del partido, dedujo que todas ellas compaginaban estudios y trabajo con el fútbol. Como él.
En la mañana del 4 de diciembre, el despertador no sonó en la casa de la familia. No fue necesario. Era día de Granada Femenino - Rayo Vallecano. A primera hora, una voz conocida retumbó en la habitación de los padres al grito de “papá, mamá, quiero ir a la Ciudad Deportiva a ver al Granada Femenino”. La respuesta de ellos distó mucho de aquella previa al 22 de noviembre: “Con una condición. Iremos cada dos fines de semana. Lo merecen”.
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