HISTORIAS: Murcianazo al costillar, por José Luis Ramos Torres
A mediados de junio de 2000 sólo le falta al Granada superar a su último rival para ascender a Segunda. Es el Murcia, que ha ganado tres de sus cuatro partidos y ha empatado el restante, por lo que aventaja al Granada en dos puntos y le basta con ganar alguno de los dos enfrentamientos que contra los nuestros le quedan.
El sábado 17 de junio de 2000, en La Condomina, abarrotada, el Murcia (Viña, Vaqueriza, Matito, Algar, Carrero, Aguilar, Velasco, Luis Martínez, Luis Gil (Cuxart 78’), Nacho Zaragoza (Besora 71’) y Loreto) y el Granada (Notario, Torres, Méndez, Paco García, Tabuenka, Jubera, Capi (Manolo 66’), Pascual, Navarro, Ismael y Huegún (Garrido 91’)) ofrecieron un partido lleno de tensión en el que el Granada supo jugar y aguantar la presión para traerse los tres puntos gracias a los goles de Huegún en el primer tiempo y de Ismael de penalti que deshizo el empate conseguido por Loreto. Por cierto, la jugada del penalti, cometido sobre el propio Ismael, pudimos ver por TV que ocurrió fuera del área pimentonera.
Ahora ya sí que más que acariciarse el soñado ascenso, éste se paladeaba. Bastaba un punto en el sexto y definitivo encuentro, en la devolución de visita del Murcia. Hasta sólo tres días antes no se pudo confirmar el escenario del choque, porque Los Cármenes estaba clausurado por la agresión a un jugador burgalés del anterior partido, pero la Federación perdonó al Granada y de esa forma no perdió el club la gran recaudación que produjo la venta de la totalidad del aforo del estadio. Por otra parte se intentó el adelanto a la tarde del sábado, pero el Murcia no dio el visto bueno porque esa tarde no podría contar con Pepe Aguilar, que se casaba en su tierra, Santander. Así que, en el nuevo Los Cármenes, a las siete de la tarde y ante las cámaras de Canal Sur, el 25 de junio de 2000 quedó fijado como fecha a tener ya para siempre en cuenta en la historia rojiblanca.
Este domingo de Corpus amaneció con malos presagios. Fue uno de esos días insufribles y típicos de principios del verano granadino, con un cielo brumoso y plomizo que amenaza un agua que no llega a caer mientras que sube de la tierra un bochorno sahariano de fogón que derrite ideas y voluntades. En consonancia con la decoración el Granada, nervioso, falto de forma, desafinado, ofreció a su parroquia un desastroso partido en el que no dio una a derechas. Gris era la tarde y gris fue el espectáculo. Y negro, muy negro el resultado de 0-1 con el que acabó, porque los rojiblancos no fueron capaces de hacer el gol que hubiera dejado en anécdota el conseguido por el número 6 de los murcianos, Pepe Aguilar, que viajó esa misma mañana desde Santander a Granada en vez de preferir disfrutar de su luna de miel en Sebastopol -o en las Chimbambas-.
El tiro de Jubera al larguero, a poco de empezar la segunda parte, un servidor lo considera un icono, causa y origen de lo que vino poco después y de la situación actual del fútbol granadino. Mucho se ha escrito y hablado sobre lo ocurrido aquel veinticincojota de infausto recuerdo, sin que falten dudas acerca de la limpieza deportiva del resultado. Que si les habían echado algo en el café; que si no pudo haber “café” del de Mesones porque sabían de sus “cosillas” y los iban a pillar; que si éste o aquél se vendieron; que el que se vendió fue Mesones… Hay que pensar en brujas para explicar la gran frustración que supuso no lograr aquel ascenso. Y es que es por lo menos injusto que encima de lo mala que es la categoría del tercer nivel sea tan difícil abandonarla (hacia arriba, claro) y por sólo una mala tarde no sirvan de nada varios meses de buen trabajo.
Una vez más nuestro Granada de nuestras cuitas nos dejaba con la miel en los labios después de tenernos hasta el último segundo con el corazón en un puño. Todo estaba preparado para la fiesta del ascenso, incluida la decoración rojiblanca del restaurante Chikito de Oruezábal, incluido el acondicionamiento de la fuente del paseo del Salón donde se iba a remojar, incluido el castillo de fuegos artificiales en el Violón que no llegó a quemarse. Y todo hubo que desmontarlo como si fuera una película de Berlanga, sólo que sin lluvia que aliviara el gran bochorno. A las nueve de la tarde-noche seguía lloviendo fuego del firmamento granadino. Así ardieron no pocos fervores rojiblancos de aficionados a los que había costado mucho recuperar y que desde ese mal día no han vuelto a poner un pie en el estadio.
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