EL GALLINERO
Irrespetuosos
El Granada Club de Fútbol sigue siendo tan apático que los análisis se hacen más sencillos, aunque suene contradictorio. Son muchas las cuestiones a tratar sobre lo que le ha pasado al equipo granadino esta temporada, la del descenso a Segunda División y las expectativas sobre un posible retorno a la élite; y siempre una misma conclusión: el equipo parece no querer. La desidia que se abre camino nada tiene que ver con las aspiraciones de una afición que siempre responde, que sigue acudiendo a los estadios de la Liga 123 para arropar a un conjunto abatido desde hace varias jornadas y sin ninguna pretensión de alcanzar los éxitos deportivos que siguen poniéndose al alcance -sin merecerlo por méritos propios-. La balanza es paupérrima, lejana a lo que atesoraban aquellas jornadas iniciales con el valenciano José Luis Oltra en el banquillo. Las decisiones de la cúpula desde la destitución del entrenador siempre han sido erróneas, fatídicas. Cada movimiento ha agravado la dinámica de un equipo moribundo, en tierra de nadie, conformista y con un grave problema de conducta a la hora de reaccionar.
La indolencia con la que el Granada ha afrontado los últimos 12 partidos en concreto, y otros tantos a lo largo de la temporada, han frenado una oportunidad de oro para intentar aspirar a los puestos de promoción -lejos de aquel obligado ascenso directo al inicio del curso 17/18-. En el fútbol puedes ganar y perder encuentros, puedes tener mayor o menor fortuna en cuanto a la resolución de los partidos. Lo que no se puede encajar de ninguna manera es que la actitud sea la que se ve cada domingo: un pasotismo absoluto. Esa actitud carece de lógica, de entendimiento cuando la masa social del equipo sigue siendo tan importante como siempre. Aquí entra de lleno lo que se debe asimilar como una falta de responsabilidad y profesionalidad que te debería permitir vestirte de corto cada fin de semana. Fichas altas y ambiciones iniciales que no son capaces de representar a lo visto después sobre el terreno de juego. Sin convicción, intensidad ni compromiso. Sin nada más que un sonoro himno al final de los partidos en casa que solapa los pitidos de una afición que siempre aguarda hasta el final para mostrar su disconformidad; una afición que sí responde durante los momentos previos al encuentro y a lo largo de los 90 minutos. Esa es la única nota positiva en los dos últimos años -ya con una nueva propiedad al frente-.
Es cierto que este club ha vivido momentos peores, dramáticos en exceso con rumores de desaparición, de una deuda acumulada que frenaba un sueño mayor. Todo aquello cambió con la llegada de Quique Pina, la familia Pozzo y los éxitos que llegaron después. La ciudad vivía un sueño, una imagen clavada en el recuerdo como la de 10 mil aficionados en la grada del Santiago Bernabéu que simbolizaban el éxito de un proyecto. Culminación a un duro camino al que no paran de caerle piedras en las dos últimas campañas. Es evidente que no es un punto final, debería ser algo únicamente coyuntural que puede revertirse la próxima temporada. Sí es un toque de atención, una llamada clara de que las aspiraciones se construyen sobre el verde y no en cuanto a una rumorología que llegaba en verano con una aspiración tan grande como claramente inmerecida después. Las sensaciones son duras, especialmente porque siempre quedará aquello de que se podía haber hecho mucho más. Frenazo por una cuestión anímica, únicamente conformista y apática -como iniciaba este post-.
La afición granadinista no se merecía este final de temporada. En absoluto. Una masa crítica, que asume los malos resultados como una tradición a la altura de la procesión de la Virgen de las Angustias, y siempre presente. Podríamos aventurar incluso que es cuestión de fe, innato en el fútbol. Este deporte en el que siempre juegan once contra once y en el que el Granada te acaba poniendo en tu sitio. El único deseo al que aspiro es al de aprender de los errores, sacar en claro que la Liga 123 siempre será una categoría difícil y para la que hace falta mucho más. Solo queda acabar lo más dignamente posible. Saber que se puede hacer mejor, querer que se pueda.
Se desarrollará del 23 de junio al 25 de julio en el pabellón municipal, con grupos reducidos, entrenadores titulados y un enfoque integral en la formación