QUE BONITO ES...

Orgullo

Fabián Leyva  |  7 de marzo de 2020
Fabián Leyva (GRJ)
Fabián Leyva (GRJ)

Es difícil quedarse con un momento en concreto, alguno que sobresalga por encima de lo demás. Este Granada ha hecho complicado elegir un instante de felicidad. Qué temporada.

El jueves fue eterno. Saliendo del estadio, entre miles de granadinistas que no sabían aún cómo sentirse, pude ver algo que, en mis más de diez años como abonado, jamás había percibido. Era orgullo. Y seguramente fue aún mayor el sentimiento por el hecho de haber perdido. Lo más valioso conseguido por este equipo no ha sido llegar a semifinales de Copa del Rey o estar en una posición cómoda en liga, es que sus aficionados digan, sin recelo, que son del Granada CF. De los que se dejan la piel, de los de la eterna lucha.

El recibimiento, en los aledaños del Nuevo Los Cármenes, fue histórico. Más de cuatro mil aficionados, con y sin entrada, alentaron a viva voz entre luces teñidas por el rojo bengala para sumar el primer punto a favor del encuentro. El equipo, siempre arropado por el ferviente calor del graderío, tuvo la opción más clara del encuentro al filo del descanso en un córner que sacó Iñaki Williams bajo la línea. En la segunda mitad los nazaríes fueron un ciclón. Carlos Fernández, brillante, remató a gol un centro desde la izquierda de Darwin Machís. A quince del final, Germán Sánchez mandó a la red de Unai Simón un córner que cabeceó con el corazón de todos. El dos a cero dio lugar a uno de los momentos de mayor euforia jamás vivida en Los Cármenes. Miraras a donde miraras, todo era felicidad. No importaba nada más que lo que estaba ocurriendo en la calle Pintor Manuel Maldonado. La sensación, que parecía eterna, como una micropercepción aislada de la realidad, duró desde el setenta y seis hasta el minuto ochenta y uno. Fueron solo seis minutos. Pero qué seis minutos.

 

Yuri Berchiche dejó a todo el granadinismo con el sueño en los labios con un zurdazo que dio el pase a la final de la Copa del Rey al Athletic Club. Lo que no pudo evitar con el dos a uno fue todo lo que pasó después del pitido final del árbitro. Los vascos celebraban y los jugadores del Granada, abatidos, vieron cómo los aficionados rojiblancos los levantaban del césped con cánticos desde el alma. Pasaron diez minutos y nadie se quería ir. La unión acababa de sellarse para siempre. El instante era imborrable. Los niños de Granada, por fin, son del Granada.

@leyvfab

 
 
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