EL GALLINERO

No eres consciente

Jesús Albarracín  |  23 de julio de 2020
Jesús Albarracín (GRJ)
Jesús Albarracín (GRJ)

Cuando perdura un recuerdo siempre debemos tener claro que no ha sido porque sí. Todo marca y todo suma, especialmente si hablamos de éxitos individuales y colectivos. Ni en los peores recovecos de una ciudad a la que acompañó demasiadas veces una banda sonora ‘westeriana’, el sonido que representaba un mal externo que nos causaba zozobra e impotencia, ni tampoco cuando Han Zimmer generaba épica con los puños alzados a la faldas de la Torre la Vela. Vivimos casi de todo, experiencias diversas con las que pasaron los años y nos dieron una perspectiva mucho más amplia de lo que sería nuestra realidad más bonita e ilusionante. Incluso dejamos de creer, nos conformamos con un yo superficial y conformista que creía que era feliz por hacer suyos los éxitos ajenos de quienes nunca tuvieron que pisar el barro. Nos bastaba con recordar algún momento de otra época para dar por bueno lo demás. No conocíamos la felicidad real, tampoco la imaginábamos.

Siempre tuvimos memoria, al menos llegamos a respetarla. Supimos lo que queríamos y lo que no pero tampoco hicimos lo imposible. Si las instituciones no respaldaban al eterno histórico protestábamos pero nada más. Si los  descensos se producían por errores administrativos, más de lo mismo. En la ecuación también estaban presentes los que siempre quisieron, creyeron y confiaron en un futuro más próspero. Los más ilusos y puristas, los más ingenuos en cuestiones relacionadas con sentimientos y resultados, quienes seguían creyendo en amores correspondidos. Esos locos que caminaban erguidos pero con la sensación de hacerlo casi siempre en mitad del desierto. La recompensa llegó para ellos décadas después, puede que también para los que menos entendían que la vida puede ser tan generosa como pocas veces merecen. Y de golpe y porrazo llegó un ascenso. Y después otro y al siguiente otro. Estábamos en la élite, sin creerlo ni asimilarlo con el temple necesario. Tocábamos el cielo y creíamos que era lo más. Pero siempre podía haber más y no lo sabíamos. No éramos suficientemente maduros.

Años después volvimos a darnos contra el suelo. No valoramos lo conseguido y llegamos a perder de vista lo más importante, a nosotros mismos. Caímos de lleno en lo injusto que puede ser este deporte, tan particular como ingrato si no lo mimamos con el compromiso necesario. Siempre debemos cuidar aquello en lo que creemos y que nos importa. Pero aprendimos y volvimos. Regresamos sin complejos ni miedos, sin inseguridades ni temblores. Éramos el Granada, uno de los equipos más castigados en la historia reciente, el mismo que merecía ser más feliz de lo que imaginaba. Llegó la valentía de Diego Martínez y de un conjunto de jugadores preparados para devolver todo lo que podía ser realmente significativo. Llegó el momento de hacer del recuerdo presente el único válido, el que perdurará con más fuerza. Nos metimos en Europa, la vida nos sorprendió con una felicidad tan irracional como única, tan mágica como irrebatible cuando nadie la esperaba. La que siempre merecimos. Porque no éramos conscientes del todo con lo que supone ser realmente feliz.

 

@JesAlbarracin

 
 
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